Cómo afectan los móviles al rendimiento escolar en los niños

  • La evidencia muestra beneficios puntuales (p. ej., mejora en vocabulario) y riesgos socioemocionales, atencionales y de desigualdad cuando el uso es excesivo o sin supervisión.
  • En secundaria, la mayoría lleva el móvil a clase y reconoce distracciones; el profesorado percibe impacto claro en el rendimiento.
  • La regulación eficaz combina normas escolares, límites de tiempo y acompañamiento adulto, priorizando contenidos de calidad y evitando interferir con sueño, ejercicio y relaciones.
  • Las políticas varían: restricciones parciales en aula pueden mejorar resultados académicos, mientras que el bienestar requiere acciones coordinadas entre familia y escuela.

Cómo afectan los móviles al rendimiento escolar en los niños

La conversación pública sobre móviles y escuela está más viva que nunca: en España, algunas comunidades como Castilla-La Mancha y Madrid han restringido el uso personal de los teléfonos en centros educativos, y el debate se ha colado en claustros, familias y pasillos. En paralelo, la conectividad es ya norma entre menores: en la franja de 10 a 15 años, el 98% se conecta a Internet con regularidad y unos siete de cada diez disponen de teléfono móvil, un contexto que obliga a mirar con lupa su impacto en el aula y el rendimiento escolar.

Más allá de posiciones tajantes, conviene desmenuzar las ventajas educativas, los riesgos y la evidencia empírica que tenemos sobre la mesa. Aquí reunimos datos de informes internacionales, estudios en secundaria y análisis académicos recientes en Chile y otros países, además de pautas que ya se están aplicando en centros y hogares para que la tecnología sume al aprendizaje y no lo entorpezca.

Beneficios potenciales del móvil en el rendimiento escolar

Hay usos con sentido pedagógico que son difíciles de ignorar: los smartphones dan acceso inmediato a recursos que enriquecen la clase, desde aplicaciones didácticas y repositorios especializados hasta vídeos y materiales multimedia. Ideas habituales pasan por actividades de repaso veraniego, herramientas de seguridad digital para menores o formatos narrativos como las «chat fiction» que motivan a los adolescentes a leer e interactuar con los textos.

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Otro aporte clave es la alfabetización digital. Hablamos de competencias para buscar y evaluar información, crear contenidos, gestionar datos y manejar herramientas. El uso pautado del móvil ayuda a que el alumnado practique estas habilidades de manera responsable, algo que les preparará para sus futuras interacciones tecnológicas dentro y fuera de la escuela.

En la parte organizativa, los dispositivos facilitan la comunicación y la colaboración entre compañeros y con el profesorado. Con aplicaciones de mensajería y suites colaborativas (por ejemplo, Google Drive, Calendar o Meet), además de herramientas como Trello para coordinar proyectos o Slack para conversaciones por canales, se pueden agilizar el trabajo en equipo y la co-creación.

También aportan flexibilidad para diferentes estilos de aprendizaje. El mismo tema puede abordarse con lectura, vídeos, cuestionarios interactivos o simulaciones, de modo que cada estudiante se acerca al contenido por el canal que mejor se ajuste a sus preferencias. Y, con acceso a Internet, el aprendizaje puede continuar fuera del aula en horarios y espacios diversos, favoreciendo la continuidad.

De cara al futuro, la escuela tiene el reto de entrenar en competencias digitales que el mercado laboral ya reclama. Un uso bien dirigido del móvil puede servir de puerta de entrada a nociones sobre CRM, inteligencia artificial, automatización RPA, Big Data, computación en la nube o machine learning, entre otras, siempre con propósito pedagógico y enfoque gradual.

Riesgos y efectos adversos que preocupan

El primer gran problema tiene que ver con la distracción y la pérdida de foco. Notificaciones, redes sociales y juegos compiten con las tareas escolares. Un informe de seguimiento global de la UNESCO apunta que cuando un menor se distrae con el teléfono puede tardar en torno a 20 minutos en recuperar la concentración, lo que fragmenta el tiempo de estudio y afecta al rendimiento escolar.

Se suman posibles problemas de conducta asociados a un uso inapropiado durante la clase y al ciberacoso entre iguales. Datos de Naciones Unidas indican que uno de cada tres estudiantes (32%) declara haber sufrido acoso por parte de compañeros al menos una vez en el último mes medido, un recordatorio de que la convivencia escolar requiere vigilancia y protocolos claros.

Otro frente es la brecha digital. El acceso a dispositivos y a una conexión de calidad no es homogéneo. UNICEF estima que dos tercios de los niños en edad escolar (unos 1.300 millones) no tienen Internet en casa, lo que, si en el aula se apoya en el móvil de forma acrítica, puede profundizar desigualdades de aprendizaje y participación.

En el plano del bienestar, la exposición excesiva se asocia a ansiedad, bajo estado de ánimo o problemas de sueño, sobre todo en adolescentes. Todo ello reclama pautas de uso responsable y acompañamiento adulto para amortiguar esos riesgos y defender una buena salud mental.

Además, un uso que absorbe la atención puede limitar la interacción cara a cara. Las habilidades sociales —asertividad, empatía, diálogo y resolución de conflictos— necesitan práctica en contextos reales; si la pantalla monopoliza el tiempo, es probable que se resienta el desarrollo socioemocional.

Cómo afectan los móviles al rendimiento escolar en los niños

¿Qué ocurre con el rendimiento escolar en secundaria?

Diversas investigaciones en estudiantes de preparatoria (contexto de secundaria posobligatoria) arrojan cifras contundentes sobre hábitos y percepciones. En un estudio reciente, el 88% del alumnado que dispone de smartphone acude con él a la escuela, prácticamente a diario, reflejando la alta penetración del dispositivo en el aula.

El profesorado, por su parte, considera en gran medida que hay un impacto: el 94% de los docentes encuestados en esa investigación opina que el uso de móviles y apps por parte de los estudiantes afecta al rendimiento escolar, sobre todo por la distracción y la gestión deficiente del tiempo.

¿Y qué dicen los estudiantes? Las opiniones son más heterogéneas: un 47% reconoce que el uso de redes sociales en clase les afecta «un poco» las calificaciones, un 12% siente que «mucho», un 2% «muchísimo» y un 39% afirma «nada». En cuanto a aprendizaje y participación, el 48% percibe un impacto «poco», un 12% «mucho», un 2% «muchísimo» y un 38% «nada». Esta brecha entre percepción del docente y del alumnado es clave para diseñar normas y acuerdos de uso.

El fenómeno del phubbing —prestar atención al móvil en lugar de a quien tenemos delante— está muy presente en el aula. Un indicador llamativo del apego al dispositivo es dónde se deja por la noche: alrededor del 59% lo mantiene a mano, un 33% lo deja en la cama, un 6% incluso bajo la almohada y apenas un 2% en otro lugar. Esta disponibilidad permanente complica el descanso y la desconexión.

El tiempo también importa: dedicar entre tres y cinco horas diarias al teléfono puede traducirse en descuido de tareas y obligaciones, algo que se refleja en cuatro impactos negativos recurrentes: distracción, descenso del rendimiento escolar, problemas de conducta y desigualdades de acceso. De ahí que muchos centros ajusten reglas claras de uso durante el horario lectivo.

Usos educativos concretos que sí aportan

Cuando el profesorado lo indica, el móvil puede ser una herramienta útil y versátil. Entre los usos frecuentes destacan: búsqueda ágil de datos pertinentes al tema, empleo de apps de realidad aumentada, cuestionarios y actividades interactivas, lectura de materiales seleccionados por el docente, y gestión del tiempo y las tareas mediante planificadores.

También resulta práctico para registrar evidencias de aprendizaje en foto o vídeo, elaborar presentaciones, recoger noticias de actualidad relacionadas con la materia, anotar ideas (cuando surgen, sin perderlas), y usar apps de diccionario, traducción, cronómetro, temporizador o grabadora. En situaciones puntuales, facilita la comunicación con la familia ante emergencias, ofreciendo además tranquilidad a los padres si se activa la geolocalización con criterio.

Eso sí, estos usos requieren un marco claro: en muchos centros el móvil está prohibido por defecto y solo se emplea cuando el profesor lo pide o en emergencias justificadas. Esta regla sencilla acota distracciones y garantiza que el dispositivo tenga un propósito didáctico concreto.

Evidencia académica: efectos en desarrollo y aprendizaje

Una línea de investigación reciente en Chile aprovechó el despliegue de antenas 4G y 5G en distintas comunas como variación exógena para observar su relación con el desarrollo infantil. Con un modelo de datos de panel y efectos fijos, se estimó el efecto de la exposición a Internet móvil en menores en edad preescolar y escolar.

Los resultados señalan un matiz relevante

Se detectó un impacto positivo en vocabulario receptivo y, al mismo tiempo, un efecto negativo en el desarrollo socioemocional. No aparecieron diferencias por género, orden de nacimiento, nivel educativo de la madre o presencia del padre, pero sí se observaron brechas urbanas-rurales, concentrándose los efectos en zonas rurales. Entre los mecanismos probables, se destaca que cuanto más tiempo de pantalla, menos horas de juego en parques o con amigos, reduciéndose las interacciones sociales presenciales.

Otra investigación longitudinal del Centro Justicia Educacional —«Mil primeros días»— siguió a familias durante años y recogió prácticas cotidianas de crianza y uso de pantallas. Se documentan escenas como la de una madre que recurre a dibujos animados para que su hija coma, con aprendizajes incidentales (sonidos de animales), pero también con el riesgo de instaurar hábitos de pantalla a edades muy tempranas.

Tras la pandemia, el tiempo ante pantallas se disparó por las clases remotas y el ocio digital. Organismos como UNICEF advirtieron en 2021 de la posible relación entre uso intensivo y síntomas ansiosos, peor calidad del sueño y efectos físicos derivados del sedentarismo y del consumo de ultraprocesados durante el visionado. Un análisis con la lista CBCL en 669 niños chilenos mostró una asociación positiva entre tiempo de pantalla y problemas de internalización y externalización a los 3 años.

Desde la neurociencia

Se subraya que el problema no es la tecnología per se, sino cómo se usa. La evidencia sugiere que las exposiciones más tempranas (por debajo de los 7 años) son más sensibles, y que un uso orientado al aprendizaje y supervisado puede resultar beneficioso. Experiencias reportadas en sistemas educativos con fuerte integración tecnológica, como en Corea del Sur, destacan la supervisión constante, el cuidado del propósito y del contenido como claves del éxito.

En contextos occidentales, el desafío es el uso indiscriminado y sin acompañamiento de menores. Se listan riesgos como la sustitución de actividades saludables, patrones de uso con tintes adictivos, y la exposición temprana a redes sociales con su carga de privacidad, ciberacoso, identidad y toma de decisiones. Sobre efectos cognitivos, hay estudios con resultados mixtos que apuntan a dificultades de atención sostenida, impulsividad, desregulación emocional e insomnio.

Un mecanismo señalado es la «captura atencional»

Plataformas y juegos explotan señales que activan circuitos motivacionales similares a los de conductas adictivas. Se describe, además, el fenómeno de entrainment: estímulos visuales y auditivos de la pantalla podrían inducir patrones oscilatorios en el cerebro que, con intensidades altas —por ejemplo, más de seis horas al día—, se desalinean del ritmo natural. Aunque faltan estudios concluyentes, también preocupa cómo el uso continuo afecta a ciclos atencionales más lentos a lo largo del día.

Se ha reportado una mayor incidencia de TDAH asociada a un uso excesivo de pantallas, si bien la causalidad no está clara (no sabemos si el TDAH impulsa el uso o a la inversa). Hay, por otro lado, señales de reversibilidad: un metaanálisis reciente encontró que, aunque el tiempo de pantalla se asocia con peores resultados en lectoescritura, cuando hay acompañamiento adulto el efecto se revierte y puede volverse positivo. En universitarios de EE. UU. se observó que el bienestar aumenta durante pausas de redes sociales, si bien la mayoría volvió a los hábitos previos tras el estudio.

La regulación del uso en centros educativos es compleja. En Inglaterra, un trabajo no halló evidencia de que restringir el móvil en escuelas mejore el bienestar mental del alumnado por sí solo, lo que sugiere que hacen falta medidas complementarias en familia y aula. En cambio, otra evidencia en el ámbito OCDE indica que limitar el uso del móvil en clase se asoció a un incremento del 6,4% en pruebas estandarizadas, especialmente en estudiantes con rendimiento escolar más bajo. Es decir, pueden mejorar los resultados académicos sin que ello garantice impacto inmediato en bienestar.

La literatura sobre políticas públicas aporta más matices

En Perú, el programa «One laptop per child» no arrojó efectos significativos en logro académico ni habilidades cognitivas; en Uruguay, una mayor exposición a fibra óptica se relacionó con descensos en indicadores de desarrollo infantil (comunicación, resolución de problemas y habilidades sociales). Estas diferencias refuerzan la idea de que el diseño y el acompañamiento importan tanto como el acceso.

Investigaciones en curso con datos PISA 2022 exploran el efecto de prohibiciones del móvil en colegios. Al analizar centros donde, además de existir una prohibición explícita, hay cumplimiento efectivo (uso diario muy bajo), se observa en el alumnado menos ansiedad por revisar el teléfono, menor presión por responder mensajes y menos distracción en clase, lo que podría explicar parte de las mejoras académicas observadas en otros estudios.

Normas, límites y acompañamiento: lo que funciona

Las normas varían entre países y regiones. Hasta 2023, en México la regulación del móvil en aula quedaba en manos de cada plantel, mientras que Francia legisló la restricción del uso de móviles, tabletas y relojes inteligentes en escuelas con menores de hasta 15 años. En España, varias comunidades han endurecido las reglas del uso personal en centros. Estas decisiones conviven con estrategias de centro y de aula que marcan la diferencia en el día a día.

En casa, las familias pueden adoptar medidas sencillas y efectivas: establecer horarios para ocio digital, acordar momentos sin pantallas (comidas, antes de dormir), conversar con los hijos sobre sus apps y revisar periódicamente el ecosistema de aplicaciones instaladas, siempre con respeto y pedagogía para resguardar privacidad y seguridad.

La coordinación familia-escuela es clave: cuando ambos actúan como un binomio coherente, el alumnado percibe menos fricción y es más fácil sostener hábitos saludables. En edades tempranas, sociedades pediátricas de referencia recomiendan evitar el uso antes de los 2 años; de 2 a 5-6 años, limitar a una hora diaria, siempre acompañada y con contenidos de alta calidad; a partir de ahí, el uso debe acotarse para que no interfiera con el sueño, la actividad física, la lectura, las relaciones humanas y el juego libre.

Algunos avances del sector tecnológico también suman. Plataformas sociales han introducido modos de protección para adolescentes que restringen contactos y contenidos no adecuados, limitan notificaciones en franjas nocturnas (por ejemplo, entre las 22:00 y las 7:00) y permiten supervisión parental de mensajes. Aunque no sustituyen la educación digital, estas capas de seguridad ayudan a reducir la presión constante sobre el dispositivo.

Recursos y documentos de referencia

Para profundizar en el impacto de los dispositivos digitales en la educación y en el sistema escolar, es útil revisar documentos especializados disponibles en abierto. Aquí tienes dos referencias en PDF: Informe académico descargable y Documento sobre impacto en el sistema educativo. Estos materiales amplían el contexto y ofrecen marcos para la toma de decisiones.

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Mirando el conjunto, los móviles pueden ser aliados del aprendizaje cuando hay propósito, límites y guía, y se convierten en un problema cuando compiten con la atención, el descanso y la interacción social. La investigación disponible sugiere beneficios acotados —como mejoras lingüísticas— y advierte de riesgos concretos —especialmente socioemocionales— cuando el uso es temprano, excesivo o sin supervisión.

La buena noticia es que hay margen de maniobra: políticas claras en los centros, hábitos familiares consistentes y acompañamiento adulto marcan la diferencia en rendimiento escolar, convivencia y bienestar. Comparte esta información y más usuarios podrán mejorar el rendimiento escolar de sus hijos.